21 ene 2011


GRAHAM.-¡Oh, la chismografía es siempre deliciosa!. La Historia no es más que una simple chismografía. La difamación, en cambio, es la chismografía echada a perder por la moral. Y yo jamás moralizo. Un hombre que moraliza es, generalmente, un hipócrita. Y una mujer que moraliza es, invariablemente, fea. No hay nada en el mundo tan molesto como la conciencia de una puritana. Afortunadamente, casi todas lo saben.
AUGUSTO.-Lo mismo pienso yo, querido; exactamente lo mismo.
GRAHAM.-Lo siento, Tuppy; en cuanto alguien está de acuerdo conmigo, se me antoja que debo de estar equivocado.


Fragmento de "El Abanico De Lady Windermere", de Oscar Wilde
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19 ene 2011

Quienes manejan el sistema, (originalmente había escrito "el sistema", pero me parece muy injusto echarle la culpa a un concepto de actos realizados por humanos) se encargan de generar necesidades que las personas no tienen para luego satisfacerlas. Basta con inventar y publicitar (siempre que se tenga el poder), para que miles salgan a comprar el aparato más novedoso, que les permitirá mantener su "imagen".
Lejos de redactar otro manifiesto comunista y pretender echar por la borda al capitalismo, mi preocupación es otra. Tan criticado por todos, pero avalado a la vez por sus actos, el exceso en el grado de conexión humano-aparato termina por llevarnos a una total y absoluta dependencia.
La pregunta es: ¿Por qué las masas caen por la cascada hacia el gran canasto que acumula a los seres humanos "en serie"?. El Facebook, tan pobrecito e ingenuo como nos lo quieren vender, cala muy hondo en las mentes no preparadas para tanta exposición. Los peores caracteres del ser humano, se ven maximizados gracias a la posibilidad que brinda esa bendita página de mostrarle a todo el mundo lo que hacen y dejan de hacer. Si sus mal llamados amigos no saben en qué lugar vacacionan, dónde van a ir a bailar esta noche, qué auto tienen, dónde viven, qué estudian, qué ropa visten; en resumen, lo que creen que los hace mejores que el resto, no pueden vivir. Los logros personales carecen de significado para ellos si los demás no se enteran y los envidian. Sus vacaciones no sirven de nada, si el otro desconoce aquél fantástico lugar que han conocido. La linea entre la publicación de una simple foto a modo demostrativo y la fantarronería es muy delgada. A veces, imperceptible. Muchas veces, el espíritu de la persona (si es que la conocemos de verdad), es el que nos permite dilucidar si lo ha hecho con intenciones nobles o mediocres. Pero hete aquí que ese espíritu no es cognoscible a través de una computadora.
Las más grandes obras se habrían convertido en historias simplonas si a los personajes de aquellas los hubiera invadido la tecnología de manera tan abrupta y estipidizante. El mismo Gregorio Samsa hubiera llamado al 911 desde su celular para hacer conocida su desesperación. Las "etiquetas" hubieran echado a perder el secreto de Dorian Gray. Las novelas de Conan Doyle podrían haber sido arruinadas por un llamado telefónico que hubiera evitado el crimen que luego investigaría Sherlock Holmes con la ayuda de su amigo Watson. Qué horrible resulta pensar que las maravillosas conversaciones entre los personajes de Wilde pudieron haber sido interrumpidas por un llamado al celular o un mensaje de texto. Hasta los ciudadanos de "1984" hubieran burlado fácilmente los obstáculos impuestos por el "Gran Hermano", convirtiendo a una de las mejores novelas de la historia en una banalidad. ¿Y qué decir de los diez negritos? Imaginan el gran policial de Agatha Christie interrumpido porque algún vivo con un gps descubrió la ubicación de la isla y pidió auxilio por mensaje de texto?. Toda nuestra infancia puede derrumbarse al ver que Tom Sawyer es encontrado en el segundo capítulo del libro gracias a la invasión tecnológica.
Imagino un mundo en el que se lee y se escribe más, en el que se conversa y dialoga hasta el hartazgo, en el que los ringtones no echan a perder un encuentro o una tertulia. No por ser presa del pasado, tampoco por melancólico, sino por estar cansado de ver tanto ser humano automatizado que anda por la vida sin mirar a su alrededor.


17 ene 2011

Carlos y Amelia (Alejandro Dolina)


El primer corazón lo encontró pintado en la pared del frente de su casa.
En su interior, entre firuletes, se leía “Carlos y Amelia”. Aunque se llamaba Carlos no se dio por aludido, pues no conocía ninguna Amelia.
El segundo lo impresionó un poco más. Estaba dibujado a dedo limpio en la vidriera del bar “Tío Fritz.”
Al tercer corazón comprendió que el asunto lo concernía. Se le apareció de repente al despegar del ropero una foto de Laura Hidalgo.
Después empezó a encontrar corazones por todas partes: en el baño de la cancha de Vélez, detrás del almanaque de una tintorería, en un cuaderno viejo y en un árbol de la plaza a una altura impracticable para cualquier enamorado.
No le costó nada sospechar algo prodigioso. Ninguno de sus amigos tenia ingenio ni tesón para una broma semejante.
El último corazón se presento en un barrilete que acababa de arriar y que carecía de toda inscripción al ser remontado. Lo habían dibujado en el cielo.
Días más tarde, Carlos conoció a Amelia. Era hermosa, pero triste y fría.
Ahorraremos trámites literarios si decimos que se enamoró de ella. Averiguó dónde vivía, fingió encuentros casuales, trató de interesarla de cien diferentes maneras. Finalmente le confesó su amor, suplicó, se humilló, pero la mujer no le prestó atención.
No debe haber existido jamás un rechazo tan inapelable como aquél.
Después ya no aparecieron nuevos corazones. Carlos no vio a Amelia nunca más, pero por su culpa envejeció sin amores.
Un día supo por una bruja que el Ángel Gris prepara estos sucesos para que algunos privilegiados vivan la rara experiencia del amor imposible.
Y una tarde, paseando frente a la casa abandonada de la mujer terca, descubrió la borrosa sombra de un corazón pintado bajo la ventana.
Entre firuletes se leía “Amelia y Ernesto.”


Carlos y Amelia
Autor: Alejandro Dolina
Fragmento de su libro "Crónicas del Ángel Gris", Capítulo 5.

Cara a cara


Por descubrimientos como éste, nos damos cuenta de que las relaciones personales, face to face, o como quieran llamarlas, nunca van a ser superadas ni reemplazadas por ningún otro tipo de relación.
Esa incomparable sensación: ver a un amigo introduciendo un disco, para nosotros desconocido hasta el momento, para luego darle play y permitirnos gozar de un artista tan maravilloso como Miles Davis.
El encuentro, las charlas, los comentarios, las risas, los aportes personales que nutren al resto, esa rica energía amalgamada producida por las almas que disfrutan en conjunto, todo eso, sucede "cara a cara" y no a través de una computadora o un celular.



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