“-¿Eres tu éste?- preguntó Armanda señalando a mi nombre-. Pues te has proporcionado serios adversarios, Harry... ¿Te molesta esto?
Leí algunas líneas; era lo de siempre; desde hace años cada una de estas frases difamatorias estereotipadas me era conocida hasta la saciedad.
-No –dije-; no me molesta; estoy acostumbrado a ello hace muchísimo tiempo. Un par de veces he expresado la opinión de que todo pueblo y hasta todo hombre aislado, en vez de sonar con mentidas <
Armanda había escuchado con interés.
-Sí, dijo al fin-, tienes razón. Es evidente que volverá a haber guerra, no hace falta leer periódicos para saberlo. Por ello es natural que esté uno triste; pero esto no tiene valor alguno. Es exactamente lo mismo que si estuviéramos tristes porque, a pesar de todo lo que hagamos en contra, un día indefectiblemente hemos de morir.
La lucha contra la muerte, querido Harry, es siempre una cosa hermosa, noble, digna y sublime: por lo tanto, también la lucha contra la guerra. Pero no deja de ser en todo caso una quijotada sin esperanza.
-Posiblemente sea verdad –exclamé violento-, pero con tales verdades como la de que todos tenemos que morir en plazo breve y, por tanto, que todo es igual y nada merece la pena, con eso se hace una la vida superficial y tonta. ¿Es que hemos de prescindir de todo, de renunciar a todo espíritu, a todo afán, a toda humanidad, dejar que sigan triunfando la ambición y el dinero y aguardar, la próxima movilización tomando un vaso de cerveza?
Extraordinaria fue la mirada que me dirigió Armanda, una mirada llena de complacencia, de burla y picardía y de camaradería, y al mismo tiempo tan llena de gravedad, de ciencia y de seriedad insondable.
-Esto no lo harás –dijo maternalmente-. Tu vida no ha de ser superficial y tonta, sólo porque sepas que tu lucha ha de ser estéril. Es mucho más superficial, Harry, que luchas por algo bueno e ideal y creas que has de conseguirlo. ¿Es que los ideales están ahí para que los alcancemos? ¿Vivimos nosotros los hombres para suprimir la muerte? No; vivimos para temerla, y luego, para amarla, y precisamente por ella se enciende el poquito de vida alguna vez de modo tan bello durante una hora. Eres un niño, Harry. Sé dócil ahora y vente conmigo, tenemos mucho que hacer. Hoy no he de volver a ocuparme de la guerra y de los periódicos. ¿Y tu?
Fragmento de "El Lobo Estepario", de Hermann Hesse. Año 1927.
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