Un viaje de pocos días, planeado en pocas horas.
Sin demasiadas precisiones. Un pasaje y la bicicleta embalada y lista para subir al micro.
Gente hermosa que la vida te regala e interpone en tu destino, transformando momentos efímeros en eternas caricias para el corazón.
El nene tiene su cochecito nuevo. Eso es lo que importa.
La estación "De la canal" conserva su paz, típica de esos pueblos pequeñísimos que no han sido invadidos ni penetrados por el demonio disfrazado de capitalismo.
Allí, el transcurso del tiempo no devora a nadie. El tiempo se mata, siguiendo las lecciones de Sábato.
La antigua almacén del pueblo recibe a quienes pasan allí sus días y también a los que estamos de paso. Sus dueños atienden a todos sus visitantes con el mismo altísimo grado de amabilidad.
Seguimos siendo los dueños de nuestras vidas.
Es nuestro deber seguir demostrando que somos humanos.
Afortunadamente, es tan simple, que depende pura y exclusivamente de nosotros mismos.