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Un axioma del rock.
Podemos inclinarnos por otro violero, puede gustarnos más el sonido de Blackmore, Page, Clapton. Tal vez el de Slash. O el de Satriani, Vai, Petrucci, Johnson. ¿Por qué no B.B. King, Vaughan, Santana, Al Di Meola, Paco de Lucia? O incluso los elementales solos de George Harrison.
Pero Jimi siempre será aquél que sirvió de base para todo lo ulterior. El hombre sagrado. El que hizo hablar y vivir a la guitarra. El que rodeaba el diapasón con sus bestiales dedos morochos como dejando sin alternativa a las cuerdas. El que hacía ruidos de ambulancias y aviones en Woodstock sin pedaleras ni inventos modernos. Aquél a quien quisieron asesinar cuando tocó el himno estadounidense con una guitarra eléctrica. Ese que hizo creerle a Clapton que "había llegado un tipo que los iba a dejar sin trabajo a todos los guitarristas"...
Y así podríamos continuar, durante horas, cientos y cientos de personas, alabando a este ser superior, al violero que en todos es influencia.
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